Los sueños creativos


Un punto fundamental en el debate entre partidarios y detractores del sueño lo constituye la fecundidad del sueño. Para sus oponentes todo sueño es estéril. La posición de Bergson es una de las más tajantes: "Observemos en primer lugar que el sueño no crea en general nada". Su demostración consiste en declarar inadmisible o sospechoso todo testimonio adverso (Tartini o Stevenson), lo que de hecho no hace más que clausurar el debate por petición de principio. Después de él, por desgracia, muchos otros autores han seguido sosteniendo el mismo argumento de inadmisibilidad.

Para un inventor, con todo, resulta más halagador proclamar que debe su hallazgo únicamente a su inteligencia, en lugar de reconocer con humildad que le ha sido dictado por un sueño. Habría que admitir, pues, una presunción de verdad en su favor. Pero, por el contrario, lo más frecuente es que al sueño se le exijan milagros, con tal de no admitir que pueda proporcionar alguna ayuda. Es lo que hace Roger Caillois, en 1956, cuando para su convencidito requiere que merced al sueño escriba el compositor musical un poema importante, no menos que el poeta una pieza de música, debiendo Tartini y Coleridge nada menos que intercambiar sus inconscientes.

La petición de principio dirigida a hacer plausible que se siga sosteniendo que todo sueño es estéril, consiste en recusar el testimonio de aquellos a quienes todo ello ha sucedido, o en pretender que si se ha producido un resultado positivo, éste no ha sido efecto de un sueño genuino, sino de una reflexión. Resultan bien conocidas esas peticiones de principio lógicas, a priori, en contra del inconsciente: si se trata de algo pensado, ello ha de ser consciente, y si se trata de algo inconsciente, ello no podrá encontrarse en la mente, ya que se ha postulado que toda mente es consciente.

Sin embargo, muchas personas perfectamente ajenas entre sí han dado testimonio de haber tenido sueños harto singulares en que les era revelada la solución de problemas que desde hacía mucho tiempo no habían logrado resolver. He aquí algunos ejemplos entre los más célebres.

El compositor italiano Giuseppe Tartini refiere cómo una noche de 1713 vio y escuchó en sueños al diablo tocar el violín prodigiosamente. Al despertar, recuperado de su emoción, intentó reproducir lo que había escuchado y compuso la célebre “sonata del diablo” (Trillo del Diavolo). Sólo tenía 21 años.

Samuel Taylor Coleridge, el célebre poeta inglés, declara haber encontrado la inspiración muy a menudo en sus sueños. Su poema "Kubla Khan', en particular, recoge lo que pudo retener de un sueño que tuvo en 1798 y en el que vio un poema de 200 ó 300 versos.
Hoy en día reconocemos en William Blake (1757-1827) a un gran visionario que logró penetrar en los mundos habitualmente vedados. Sus poemas, sus dibujos y sus maravillosos grabados son visiones de sueño. Refiere que, en circunstancias en que buscaba una técnica más económica de grabado, su hermano menor, que había fallecido, se le apareció en un sueño y se la reveló. Resulta evidente, en todo caso, que la mayor parte de su inspiración procede de sus sueños.

Similar parece ser el caso del gran novelista inglés Robert Louis Stevenson (1850-1894), según lo explica en su ensayo A chapter on dreams [Un capítulo sobre sueños]. Pero de modo aún más interesante nos da a conocer en sus memorias sus técnicas para dominar los sueños. Estas coincidieron con la madurez de su personalidad y con el dominio sobre su propia vida. De niño era acosado por dolorosos sueños que lo despertaban dejándolo trémulo de horror. 

Pasada la adolescencia padecía todavía de cuando en cuando espantosas pesadillas, a tal punto que, siendo estudiante de medicina en Edimburgo, hubo de consultar a un facultativo a este respecto. Ello las hizo desaparecer. Convertido posteriormente en escritor profesional, pudo advertir que cuando se encontraba urgido a escribir por necesidad de dinero, extraía de sus sueños la inspiración. Luego apareció en sus sueños un personaje al que llamó Brownies, quien le sugirió sus más bellos relatos. Stevenson tan sólo tenía que transcribirlos al despertar. El extraño caso del Doctor JekylI y el Señor Hyde, su novela más famosa, transpone en el plano novelesco sus relaciones con aquella extraña parte de su personalidad que formaba el mentado Brownies.

Las creaciones del sueño, con todo, no son únicamente literarias, ya que están en el origen de no pocos descubrimientos científicos. El más conocido es el descubrimiento del núcleo del benceno por el químico alemán F. A. Kebulé von Stradonitz (1829-1896). Esa misma estructura se encuentra en los otros compuestos aromáticos: tal descubrimiento, por tanto, se inscribe en el origen del éxito de la industria orgánica de síntesis en Alemania. Una noche de 1865 tuvo una clara visión: "se encontraba en el interior de una molécula, cuando vio de súbito a los átomos configurar una cadena de estructura hexagonal con un núcleo central circular, tal como una serpiente que se muerde la cola".
De modo similar, Otto Loewi, Premio Nobel de Fisiología y Medicina por su descubrimiento de la transmisión química del fluido nervioso, debió su experiencia demostrativa a las revelaciones de un sueño. La noche del domingo de Pascua de 1920 concibió la idea en su mente y, despertándose, la garabateó en un papel. Pero al día siguiente, a pesar de hallarse persuadido de su descubrimiento, fue incapaz de descifrar su escritura. La noche consecutiva, a las tres de la madrugada, pudo por fortuna volver a ver en sueños el dispositivo experimental. Poniéndose inmediatamente en pie, se abalanzó a su laboratorio para efectuar en el corazón de una rana aquella famosa experiencia que habría de resultar concluyente.

Pero más allá de estos casos célebres que todos los libros sobre el tema se reducen a reproducir una y otra vez, existen muchísimos otros: el hecho de estar ahora al corriente de ellos ha de permitirnos encontrar otros nuevos.
Muchos otros poetas han reconocido haber extraído más de alguna vez su inspiración de los sueños: por ejemplo, Voltaire en La Henriade, A. C. Benson en El Fénix. Probablemente todos lo han hecho, por lo demás, aunque no se hayan dado cuenta. Edgar Allan Poe soñó muchas de las atmósferas y escenas de sus historias extraordinarias.

El egiptólogo Heinrich B. Faeba encontró en sueños la clave de la escritura demótica. Numerosos científicos han encontrado su inspiración en el sueño: Bohr en lo concerniente a la teoría atómica, Paul Ehrlich respecto a la teoría celular, Dusbourg en lo tocante a los colorantes, Richard Dehmel en relación con un problema de geometría. Lamberton tuvo en sueños la visión geométrica que permite encontrar la base de una perpendicular a la tangente de un punto cualquiera de una elipse, partiendo de uno de sus focos. El padre de Mary-Arnold Forster encontró en sueños la solución de un problema de cristalografía. Elías Howe vio en sueños la aguja provista de un ojo situado cerca de la punta, lo que le permitió perfeccionar la máquina de coser.

Concluiremos con el más interesante ejemplo de sueño creativo que conocemos. El profesor Herman V. Hilprecht, que enseñaba arqueología asiria en la universidad de Pensilvania, trabajaba en las inscripciones de dos fragmentos de ágata hallados en el templo de Baal en Nippur. Estos formaban parte de los objetos exhumados por las excavaciones de una misión francesa. Por consiguiente, no poseía de ellos más que dibujos y descripciones. Nadie hasta entonces había podido descifrar esas inscripciones, a pesar de estar concebidas en una lengua conocida. 

Tras varias semanas de trabajo, hubo de darse igualmente por vencido. Redactó sus conclusiones en un artículo sobre este asunto. Los dos fragmentos de ágata le parecían ser trozos de sortijas. Uno de ellos resultaba del todo imposible de identificar, en tanto que en el otro había descubierto un signo alusivo al rey Kurigalzu, lo que permitía hacer datar la pieza hacia 1300 a. C. No hallándose aún enteramente cierto de ello, formulaba tal proposición en el modo interrogativo, si bien el carácter general de las inscripciones permitía situarlas en el período casídico [chassidique] de Babilonia (1700 - 1140 a. C.). Por ello, cuando revisó las pruebas de su artículo, corrigiéndolas para la imprenta, no se mostró demasiado satisfecho por sus modestos hallazgos. Pero luego de ir a acostarse a medianoche tuvo un sueño notable que relata del siguiente modo:

“En la antigua Nippur un sacerdote de unos cuarenta años, alto y delgado, vestido con una simple túnica, me conduce a la cámara del tesoro del templo, la que se halla situada en la parte suroriental del santuario. Penetramos en un recinto sin ventanas y de cielo muy bajo, en el que hay un cofre de madera. El suelo se muestra tapizado de fragmentos de ágata y lapislázuli. El sacerdote me dice entonces: "Los dos fragmentos que mencionas separadamente en tu artículo, en las páginas 22 y 26, configuran un todo. No se trata de sortijas, pues su historia es la siguiente. Un día el rey Kurigalzu envió al templo de Baal, junto con otros objetos de ágata y lapislázuli, un cilindro votivo de ágata que llevaba una inscripción. 

Entonces se nos dio la orden perentoria de fabricar un par de aretes de ágata para la estatua del dios Ninib. Nos vimos en gran aprieto, ya que no teníamos piedra ágata en bruto a nuestra disposición. Para obedecer la orden recibida hubimos de resignarnos a partir el cilindro votivo en tres partes, cada una de las cuales ostentaba la forma de una sortija e incluía una parte de la inscripción del cilindro. Los dos primeros anillos sirvieron como aretes para la estatua del dios. Los dos trozos de ágata que tanto trabajo te han dado son sus fragmentos. Si los reúnes verás confirmadas mis palabras. Los arqueólogos jamás han encontrado el tercer anillo y nunca lo encontrarán." No bien hubo pronunciado estas palabras, el sacerdote desapareció. Me desperté. Para no olvidar este sueño, se lo conté inmediatamente a mi mujer”.

Parecíale imposible que ambos objetos no formasen más que uno solo, ya que en tal caso hubieran debido ser del mismo color. Los arqueólogos franceses que los habían descrito les asignaban, no obstante, colores diferentes. Al reunir los dos dibujos de los fragmentos, sin embargo, logró, por fin descifrar la inscripción, que rezaba: "Al dios Ninib, hijo de Baal, su amo, hizo esta ofrenda Kurigalzu, pontífice de Baal”. 

No podía, empero, verificarlo en los objetos, ya que éstos se encontraban en el museo de Constantinopla. Se comunicó sobre este punto con su colega el profesor Newbold, quien escribió su sueño. Sólo ulteriormente pudo tener la oportunidad de dirigirse a Constantinopla, enviado en misión por su universidad. Relató su sueño al conservador del museo y ambos buscaron los fragmentos. Se encontraban en dos vitrinas diferentes, pero una vez reunidos pudo observarse que formaban efectivamente un solo bloque. Si bien la diferencia de colores era cierta, se explicaba por el hecho de que, para separarlos, el artista había seguido una veta de la piedra, lo que hacía que un trozo exhibiese un di bujo blanco y el otro una mancha grisácea.

¿A través de qué vías la mente del profesor Hilprecht, quien sólo había podido disponer de dibujos de los objetos, logró adivinar que ambos fragmentos habían de adaptarse exactamente el uno al otro, en tanto que los arqueólogos franceses, que los habían manipulado, examinado y dibujado, no fueron capaces de reconocerlo?

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